César Dávila Andrade

         (Cuenca, 1918 - Guayaquil, 1967). 

El 5 de octubre de 1918 nació en  Cuenca este  poeta, narrador y ensayista ecuatoriano, considerado uno de los escritores más representativos del país, y señalado como el mayor representante del relato breve ecuatoriano. La Biblioteca Simón Rodríguez del Parlamento Andino conmemora el nacimiento de César Dávila Andrade apodado “El Fakir”. 

Figura principal de la lírica ecuatoriana de mediados del siglo XX, el talento poético de César Dávila Andrade trazó rutas renovadoras y fecundas con una obra que comprende etapas de carácter distinto: la referencia modernista y neorromántica, la experimentación y el hermetismo bajo influencia surrealista. Preocupado por el orden (o desorden) social, hay testimonios precisos que lo califican como un hombre escurridizo y ensimismado, pero dotado de bondad, ternura y una gran sensibilidad para captar el lado poético de la vida diaria.

Dávila actuó decididamente en el movimiento reformador de la poesía ecuatoriana. Su obra poética ha sido dividida en tres etapas: cromática, a la que pertenecen libros como Oda al Arquitecto (1946) y Espacio, me has vencido (1947), de filiación neorromántica y modernista, donde se evoca la infancia y la vida familiar; de experimentación, con Catedral salvaje (1951), Boletín y elegía de las mitas (1959) y Arco de instantes (1959); y hermética, en la que se inscribirían poemarios como Conexiones de tierra (1964) y su poesía última, de raigambre surrealista.

Su hogar, que sólo disponía de modestos recursos económicos, se resquebrajó al poco tiempo de haber nacido, y el distanciamiento se acentuó sobre todo debido a que su padre se identificó con el partido Conservador mientras sus otros miembros respaldaron al Liberal. Esta separación afectó duramente su carácter y sus secuelas aparecieron años más tarde, reflejadas en su obra enseñanzas  propia ciudad.

Publicó su primer libro de poemas en el año 1946 bajo el título de «Espacio, me has Vencido», con el cual -a pesar de ser el primero-, alcanzó su consagración y está considerado como uno de los libros de poemas más hermosos que se han escrito en el país. Ese mismo año publicó también sus poemarios «Oda al Arquitecto» y «Canción a Teresita», completando una trilogía con la que alcanzó el más puro expresionismo poético.

Muerte


Degollado por propia mano frente  un espejo, en Caracas, César Dávila Andrade parecería cerrar el drama de un poeta maldito. Junto a su cadáver se encontró su pensamiento postrero: «Nunca estaremos verdaderamente solos si vivimos dentro de un mismo corazón».


Comentarios

  1. César Dávila Andrade ha sido durante décadas un poeta secreto, y no sólo en la tradición poética hispanoamericana, sino inclusive dentro de las fronteras de su propio país. En un artículo reciente, el poeta mexicano David Huerta dice de él que ha permanecido oculto hasta para las inmensas minorías de los lectores latinoamericanos: “él mismo y sus escrituras – escribe Huerta– se han extraviado real y totalmente en la víscera convulsa de una cacería”Y en el Ecuador nos queda la sospecha de que ha sido un poeta admirado pero solitario. Inclusive cuando es objeto de celebraciones y homenajes, hay una vasta zona de su poesía que permanece inaudible, y pocos los lectores dispuestos a perderse –y reencontrarse – en esa poesía fascinante, extraña y poderosa que, aún ahora, a cien años de su nacimiento, continúa existiendo calladamente una línea de sombra del canon ecuatoriano, como si su poesía llevara una señal inapropiable.

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  2. Ni su adelantada muerte impidió que la obra de César Dávila Andrade calara hondo en la literatura nacional y extranjera. Tanto su poesía, sus novelas cortas, sus cuentos, sus ensayos, así como los numerosos artículos periodísticos que escribió estuvieron siempre rodeados de un misticismo, un misticismo que lo acompañó hasta el día en que decidió poner fin a su existencia, en 1967.

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    Sus grandes ojos negros con esa profundidad en su mirada y una nariz aguileña, muy parecida a la de un árabe, fueron motivo para que en la época en que vivió en la capital ecuatoriana, por la década de los años 50, fuera llamado el Fakir. Con ese apodo, Dávila Andrade pasó a la historia, pues contaban sus amigos que comía tan poco como un faquir

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  3. Me llamo mucho la atención porque, la obra más conocida del Poeta fue publicada en 1959 y comparada con "Alturas de Macchu Picchu" de Pablo Neruda, marcó un hito en la poesía americana y ecuatoriana. "Boletín y elegía de las mitas" ha opinado Rodrigo Pesantez Rodas, "es un poema de fundición, donde la historia se torna epopeya y el lirismo se vuelve monólogo y coro a la vez, para gritar la más grande profanación del siglo: la muerte y sacrificio de una raza de dioses dormida en el mito y de pronto despertada por la ambición conquistadora". Además esta obra "ha sido representada en la radio y en espectáculos como el creado por el músico andino y experimental Mesías Maiguashca en el 2007. El poema es adaptado para una cantata escénica con la colaboración del escritor Juan Valdano, consta de veintiséis estrofas interpretadas por un coro, instrumentos de orquesta, andinos y objetos sonoros.

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  4. César Dávila Andrade (Cuenca 1928-Caracas 1967) llevó una existencia azarosa y atormentada, signada por una aguda conciencia de descentramiento y exilio, y por una no menos angustiada búsqueda de afirmación existencial a través de una poesía intensa, extraña y poderosa que en sus exploraciones más extensas bordea el abismo del silencio. Su incesante peregrinaje por algunas ciudades del Ecuador y Venezuela concluyó abruptamente en un hotel de Carcas, en 1967; podemos conjeturar su soledad, las derrotas existenciales, las sucesivas crisis personales provocadas por el alcohol; pero sobre todo la terrible e íntima certeza de que la aventura poética que emprendió desembocaba en la aniquilación final del sentido, y quizás precipitó su decisión de seccionarse la garganta con una hoja de afeitar.
    Dávila asumió la escritura como una audaz tentativa de alcanzar el conocimiento absoluto, la iluminación total, la imposible disolución de las fronteras que separan las palabras del sentido.

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